El hall del hotel se ha convertido en una sucesión de estudios de radio, donde los locutores comerciales gritan sus avisos como si de vendedores ambulantes se tratara y los periodistas entrevistan a los jugadores, que cuando no están en eso conversan y ríen con sus familiares. Las camisetas amarillas identifican claramente la nacionalidad de sus dueños, pero más todavía los rulos inconfundibles del Pibe Valderrama, atracción ineludible, que se pasea por allí desparramando palabras y autógrafos para todos.
Así -a su manera, fiel a su estilo- vive Colombia. Así vivió la vigilia de un partido fundamental contra la Argentina. Es agosto de 1993 y Barranquilla arde de calor y color, en las eliminatorias camino a Estados Unidos 94.
En el hall del Ritz-Carlton, en el distinguido barrio santiaguino de Las Condes, susurra la música ambiental que unifica la nacionalidad de estos lugares. Muy cada tanto aparece un personaje, identificado con una delicada campera blanca Adidas con el escudo colombiano, en general acompañado por un integrante del cuerpo técnico, y amablemente se excusa de hacer una nota, aunque no de comentar lo bien que se sienten, antes de partir a Viña del Mar.
Así -de nueva manera, con otro estilo- vivió Colombia la vigilia de un partido contra la Argentina que definirá quién continuará en la Copa América.
El que aparece, por allá y por acá, es el Pibe Valderrama, desparramando palabras. "La gente está cabrera, porque Colombia no está jugando bien", dice. ¿Y por qué no está jugando bien?
1) Porque no apareció James. Crítico y autocrítico, el chico que creció en el Mundial y se hizo más grande en el Madrid, ha sufrido aquí el mal de las figuras: tal vez sea el desgaste físico y mental de una temporada agotadora el que lo ha mostrado hasta el momento cansino, falto de lucidez y frescura.
2) Porque Falcao está irreconocible. A la grave lesión en la rodilla, previa al Mundial de Brasil y en medio de su mejor momento, le siguió la transferencia al Manchester United, donde el virus Van Gaal lo afectó tanto como a Di María. El corte de pelo, claro, es decorativo, superficial y anecdótico, pero completa la pieza de un puzzle en el que la añorada figura no termina de armarse, sino todo lo contrario.
3) Porque ha ido perdiendo soldados de la causa. Al tortuoso camino previo le ha sumado en plena competencia la caída de Carlos Sánchez, uno de los que se habían destacado, junto con el central Murillo, y a Valencia, gravemente lesionado en la rodilla en el duelo contra Paraguay.
Hace poco más de dos décadas, aquel partido del 15 de agosto de 1993 en Barranquilla, con ambiente festivo en la previa fue también festivo durante: los medios y los hinchas querían en la cancha a Valenciano y Valencia, en lugar de Aristizabal y de Asprilla, y de aquellos dos fueron los goles del triunfo colombiano por 2 a 1, que le quitó a la Argentina de Basile un invicto de 33 partidos. Antes, el mismo año, se habían cruzado por la Copa América y fue aquella vez que la selección nacional levantó el trofeo por última vez. Después, se sabe, vino el 5-0 en el Monumental. Cuenta la leyenda que, después de aquella goleada, el Bolillo Gómez le dijo a Maturana: "Pacho, la cagamos, ahora tenemos que ser campeones del mundo". Y todos sabemos cómo terminó la historia.
Desde entonces, aquel partido ha sido un fantasma, para unos y para otros. Hoy, cuando vuelven a cruzarse, en contextos, en condiciones y con características tan distintas a las de aquellos viejos tiempos, los fantasmas de Colombia y de la Argentina siguen estando. Y las obligaciones, también.