Insisto, nada arrancó bien para el Madrid. Cuando sus futbolistas saltaron al campo ya conocían las victorias de Barça y Atlético. Esa ligera decepción, que hubieran negado ante cualquier micrófono o tribunal, debió afectarles de algún modo. Ganar no incluía un premio extraordinario. Era una obligación tan convencional como respetar las señales de tráfico o como subirse a un autobús.
Al desencanto se sumó de inmediato la lesión de Bale. No habían transcurrido dos minutos cuando el galés se sentó sobre el césped y se señaló, dolorido, el gemelo de la pierna izquierda. Poco después abandonó el campo con pasos cortos, visión algo tétrica en un purasangre como él. Chicharito fue su relevo.
Imagino que cada jugador blanco pensó en las consecuencias de la lesión, en el cambio de sistema y, de manera genérica, en el partido del miércoles contra el Atlético. Supongo que Ancelotti se perdió en pensamientos parecidos. Una vez más, los mares se abren a su paso para que pueda cruzarlos sin mojarse. Ya no hay discusión: el 4-4-2 será el dibujo en las próximas finales.
El Málaga aprovechó la distracción para lucir piernas y pizarra. A diferencia de otros visitantes, sus jugadores culminaban cada contragolpe en el área del Madrid. En el campeonato hay pocos ataques tan dinámicos y en el mundo pocos jugadores como Amrabat, un espíritu libre que es capaz de mucho y se cree capaz de todo. Baste decir que aguantó sin inmutarse dos cargas de Pepe en la misma carrera. Sin contar disparos, centros y cornetazos sinfín.
Sergio Ramos rompió la igualdad. El central (delantero vocacional y centrocampista en otra vida) remató una falta que sacó Cristiano desde un lateral. Los malaguistas reclamaron fuera de juego y las cámaras de televisión no aclararon la jugada, así que habrá que recurrir a la NASA.
Nada cambió, sin embargo. El partido siguió a merced del viento, peligroso por descontrolado. El Madrid sólo se sentía seguro en los pies de James, sensato en cada decisión. Entretanto, Chicharito aportaba su entusiasmo habitual para cabecear cualquier artefacto volador. Añadan algo de Cristiano y poco más.
Nadie como James entendió el riesgo que corría el Madrid; el Málaga ganaba metros y la Liga pendía de un hilo. La operación de rescate no se hizo esperar. Primero provocó un penalti (fallado por Cristiano) y luego marcó un gol que era un inmenso bote salvavidas, zurdazo espléndido tras jugada magnífica.
El Málaga no se rindió. Juanmi acortó distancias y el Madrid sufrió muchísimo en defensa, víctima del rival y de su propio caos. Nadie respiró en el Bernabéu hasta que Cristiano marcó el tercero (39 en Liga), a pase de Chicharito. El triunfo se vivió como un chaparrón de alivio y satisfacción. La felicidad queda embargada hasta el primer parte médico.
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